Viernes, 22 de Noviembre 2024

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Kailani

Por: Gabriela Aguilar

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Muchas veces lo más difícil del trabajo periodístico no es contar mejor una noticia, con más datos y antes que cualquier otro medio; lo difícil es imaginar la angustia y el dolor que atraviesan las víctimas de las que se habla. A veces tenemos contacto con esas personas, a veces no, pero siempre existe el deseo de que se haga justicia hasta la última consecuencia.

Hace unas semanas el caso de la desaparición de Kailani recorrió las redes sociales. ¿A quién no le angustiaría que una niña de tres años estuviera a merced de un depredador? La Alerta Amber duró apenas unos días. La encontraron... lamentablemente sin vida. Los episodios de la historia fueron angustiantes. Sabemos que la madre de la niña y la pequeña desaparecieron, más tarde la madre fue encontrada en las calles del Centro de Guadalajara en medio de una crisis nerviosa, por lo que fue reportada con su familia y fue ingresada a los servicios médicos. Pensaron que alucinaba, que la esquizofrenia que padece se había agravado, pero no. Un hombre con quien la madre de la niña entabló una relación meses atrás y a quien conoció en redes sociales se la arrebató. Nada fue producto de su imaginación: ni el secuestro ni la violencia ni el feminicidio.

El intento de extorsión para recuperar a Kai, como le llamaba su familia, permitió una pronta investigación y con ella el hallazgo de la pequeña en un predio vinculado al sujeto en Cima Serena, en El Salto, por lo que la detención demoró apenas unos días y en prisión preventiva esperará la sentencia. 

Casos como el de Kailani, lamentablemente, se ven con más frecuencia de lo que creemos. Si las agresiones a niños provienen en su mayoría de su círculo familiar, ¿qué podría esperarse de un desconocido que irrumpe en su vida con el rostro de una “nueva oportunidad” para alguno de sus padres?

Es imposible que un feminicidio infantil no nos impacte, en todos los niveles. Y aunque un crimen infame como este puede suceder por oportunidad cuando un niño está en la calle o se lo pueden arrebatar a un adulto en cualquier momento, es un llamado de atención para repensar a quién le confiamos nuestros hijos, a quién le permitimos ingresar a nuestra vida y por qué es tan difícil identificar una bandera roja. Basta con recordar el caso de la semana pasada en este mismo espacio donde fueron los ciudadanos que transitaban por la calle quienes denunciaron a un sujeto en pleno López Mateos para resguardar la integridad de una niña, y no había una Alerta Amber de por medio. A nadie le faltó una niña de ocho años esa noche. 

El feminicidio infantil es una de esas atrocidades en las que no quisiéramos pensar, lamentablemente en México se identifica una víctima cada cuatro días; en el primer semestre del año, de acuerdo a la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim), se reportaron 38 casos. El año pasado se reportaron mil 100 homicidios dolosos de niños, niñas y adolescentes, más de 250 fueron feminicidios y homicidios dolosos cuyas víctimas eran niñas y adolescentes.

Kailani se fue para traer la reflexión entre los adultos sobre la integridad de los niños, sobre cómo las madres son el objetivo de depredadores que sólo buscan tener contacto con sus hijos. Esa es una de las inquietudes que se abre en espacios como guarderías públicas, donde psicólogos y trabajadores sociales recurrentemente tienen charlas con las madres trabajadoras -muchas veces solteras- sobre cómo identificar a un hombre con esas características.  

Aun cuando llegue la justicia para Kailani -ojalá sea pronto- no hay manera de reparar este daño. A partir de aquí la madre de la pequeña deberá aprender a sobrellevar la ausencia y no imagino lo difícil que será para una familia superar este episodio de horror que cambió sus vidas.

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