A veces las historias se repiten o se parecen o coinciden, otras más parecen coincidencias; sin embargo, nunca lo son. Cuando esas historias narran una vida en pie de lucha por los derechos humanos su significado trasciende, no importa en qué rincón del mundo suceda.Para muchos el nombre de Narges Mohammadi era desconocido, excepto quizá para quienes se interesan en los movimientos sociales de Medio Oriente, pero, desde hace una semana cuando se informó que la activista iraní recibiría el Premio Nobel de la Paz este año, ella se convirtió en pieza clave para poner en el ojo internacional la opresión y la lucha por los derechos de las mujeres en Irán… otra vez.Sabemos que un Premio Nobel reconoce la entrega, valor y aporte a la humanidad; sin embargo, de entre todos los reconocimientos que se otorgan cada año por la fundación noruega, ninguno implica tanto sacrificio como el de La Paz. A diferencia de la mayoría de nosotros que recibimos la información del nombramiento de Mohammadi por medios digitales, viendo o escuchando las noticias, ella recibió la notificación mientras cumple una condena en prisión por el mismo motivo que es reconocida, ese activismo que se ha fortalecido en Irán en el último año desde que la brutalidad de las autoridades en su país llegara al límite con la muerte de Masha Amini el año pasado al ser detenida en la calle por un “mal uso” del hiyab, el velo con el que obligan a las mujeres iraníes a cubrir su cabeza y su pecho. Incongruencia total en un país que promueve la “policía de la moral” para vigilar la conducta y el atuendo de las mujeres, pero que le permite a esos mismos elementos la tortura y la violación sexual de sus ciudadanas. A partir de ese momento los movimientos civiles no han cesado. El reconocimiento de Mohammadi es el segundo que se le otorga a una mujer iraní, luego de que hace dos décadas la activista Shirin Ebadi lo recibiera por su lucha contra el régimen opresor de su país, ella lo vivió diferente, desde la discriminación, mas no desde la tortura y la opresión. Se convirtió en de las primeras juezas en Irán, pero la Revolución Islámica la relegó, por lo que inició una lucha que la llevó a convertirse en activista por los derechos de las mujeres para poder ejercer sus profesiones libremente y sin el yugo del velo impuesto por el país.Mohammadi creció en una familia donde las convicciones políticas e ideológicas se defendían hasta las últimas consecuencias, tres de sus familiares estuvieron presos durante la Revolución Islámica en 1979, es por ello que su voz no se apaga ni siquiera cumpliendo una condena de 31 años en la prisión de Evin, en Teherán. Ni siquiera con la tortura ni con los más de 150 latigazos que le impusieron. Desde ahí ha levantado la voz cantando en farsi “Bella ciao” -un himno de resistencia desde hace décadas- así como el lema “Mujer, Vida, Libertad” con el que se unen todas las mujeres. El Gobierno iraní considera un desafío el nombramiento de Mohammadi, pero ella no quita el dedo del renglón. La gran pregunta es si asistirá o no a recibir el reconocimiento, anteriormente le permitieron abandonar la prisión por problemas de salud y luego volvió para continuar su sentencia. A veces las historias se repiten: hace 20 años en Irán con Ebadi; hace 30 al nombrar a Nelson Mandela como Premio Nobel de la Paz junto al entonces presidente de Sudáfrica Frederik de Klerk por lograr la transición pacífica hacia la democracia en un país que segregaba a sus ciudadanos y que a Mandela le costó 27 años en prisión por luchar contra el apartheid. No todas las historias se escriben igual ni tienen el mismo desenlace: a veces se gana, a veces se aprende, pero nunca se pierde. Todas dejan una invitación para reflexionar sobre el valor que se requiere para luchar por los derechos y el precio que se paga por ello.