
¿Por qué nada funciona?

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El debate sobre las causas de la inconformidad que ha impulsado el crecimiento del populismo en Estados Unidos sigue generando ideas innovadoras. Una de las explicaciones más interesantes se encuentra en el libro ¿Por qué nada funciona? Quién mató el progreso y cómo recuperarlo de Marc J. Dunkelman. Este autor, un liberal convencido con una amplia trayectoria en el Partido Demócrata, sostiene que Estados Unidos es hoy víctima de una "vetocracia", donde casi cualquiera puede bloquear el progreso. Aunque los conservadores tienen parte de la culpa, Dunkelman señala un responsable inesperado: los propios liberales de izquierda o progresistas.
Hace medio siglo, el progresismo buscaba implementar grandes cambios, pero con el tiempo pasó de querer transformar la sociedad a limitar el poder para evitar abusos. Esta desconfianza hacia "The Establishment" y el temor a la concentración del poder llevaron a un estancamiento institucional. Los reformistas priorizaron "decir la verdad al poder" sobre ejercerlo para el bien común. Como resultado, la fe en las instituciones se ha erosionado, el movimiento progresista ha perdido capacidad de acción y, paradójicamente, ha allanado el camino a movimientos populistas como MAGA.
Dunkelman argumenta que Estados Unidos, que antaño construyó redes ferroviarias, autopistas y el sistema de Seguridad Social, hoy es incapaz de abordar problemas urgentes como la escasez de vivienda, el cambio climático y el colapso de infraestructuras. La vetocracia ha convertido la toma de decisiones en una batalla interminable, donde la acción es sofocada por un sinfín de intereses enfrentados. Lo que provoca inconformidad de la población.
Para explicar este fenómeno, Dunkelman recurre al contraste entre Alexander Hamilton y Thomas Jefferson, dos de los padres fundadores de Estados Unidos, cuyas visiones siguen marcando el debate sobre el poder y el progreso.
Hamilton, primer Secretario del Tesoro, defendía un gobierno central fuerte, una economía industrializada y una autoridad enérgica. Creía que el progreso requería liderazgo centralizado y proyectos de gran escala.
Jefferson, tercer presidente de EE.UU., favorecía una república agraria descentralizada basada en la libertad individual y la autonomía de los estados. Desconfiaba del poder central y creía en la democracia directa.
El progresismo moderno, según Dunkelman, se ha inclinado hacia la filosofía de Jefferson: limitar el poder en lugar de usarlo para transformar la sociedad. Esta aversión al poder centralizado ha contribuido al estancamiento actual, donde demasiados actores pueden vetar decisiones cruciales.
Este debate no es exclusivo de Estados Unidos. En México, el poder centralizado caracterizó al sistema priista durante décadas, hasta que en 1994 comenzó un proceso de fortalecimiento político y fiscal de los estados. Las grandes obras de la nación se hicieron bajo ese criterio, y quizá eso inspiró a las obras realizadas en el sexenio anterior. El dilema es el mismo: el poder centralizado puede facilitar el progreso, pero también plantea el riesgo de vulnerar derechos y libertades, pero genera certidumbre y seguridad. Al igual que en EE.UU., el temor a que el afán de transformar el país termine justificando abusos sigue siendo una preocupación latente. La preocupación del pensamiento liberal progresista persiste de forma válida, aunque con dos realidades muy distintas.
Dunkelman propone que los liberales de izquierda redescubran sus raíces y vuelvan a ejercer el poder con determinación, sin miedo a la centralización cuando sea necesaria. Sugiere un equilibrio entre la audacia de Hamilton y la cautela de Jefferson: un gobierno capaz de actuar con fuerza, pero sin perder de vista la democracia y los derechos ciudadanos. Esa es también una receta atendible por acá.
La pregunta clave es: ¿es posible recuperar la capacidad de acción sin caer en autoritarismos? Para responderla, tanto en Estados Unidos como en México, se requiere un debate profundo sobre cómo usar el poder de manera efectiva y responsable. Acá se ha planteado el estado emprendedor, nuevas estrategias de seguridad y justicia, mientras que allá se opera para supuestamente desmantelar al estado burocrático. Hoy ese debate está opacado por el ejercicio rampante de poder de la nueva administración es Estados Unidos, mientras aquí tenemos la oportunidad de generar estos consensos en momentos de exigencia por las presiones externas.
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