No sé si a mi solitario lector le suceda, pero a mí, fuera de la información que nos ha dado toda la vida EL INFORMADOR -que además es la única que considero creíble-, no veo otro sistema de noticias. El otro día, casi por accidente, miré un noticiero televisivo y quedé espantado de la violencia que muestran del país, siendo a mi juicio demasiado exagerado y puede que, como dijera un expresidente, los medios fueran conservadores y maliciosos… todo puede ser pero, vamos, en este diario no se deja de informar nada y no recuerdo, aunque debe haber habido, que publicaran como cierta una noticia falsa y yo sí creo que para confirmar una noticia cierta vale mencionar como fuente a este diario.En fin, bien o mal, toda mi vida, que ya es larga, ha estado relacionada con EL INFORMADOR, que me hizo el favor de publicarme desde hace mucho. Tengo una fecha anotada, que ahora no encuentro, pero que estoy seguro era 1973, en que en el “Tapatío”, módulo cultural del diario, publiqué una crítica comentando la poesía de una escritora norteamericana que entonces me gustaba y que luego perdí de vista. Y de ahí pa’l real me han aguantado mis disertaciones hasta la fecha, por lo que, desde antes pero con certeza desde ese año, mi vida y la de este diario, tan querido para mí, han sido paralelas y espero siga firme hasta que yo me raje, porque el periódico, con más de cien años va para la segunda centuria.Y no ha sido en balde, ya que de algunos artículos inicialmente aparecidos aquí ya se han formado un par de libros: uno publicado hace años, que se llamó Crónicas de familia, editado por Salto Mortal y ya agotado, y otro que yo bauticé como Gente paisajosa, que no se ha publicado, pero que ya está listo para hacerlo.Ahora que, hay que recordar aquello que dijo Jaime Sabines de que escribimos quienes no tenemos el pudor necesario del silencio y yo muchas veces he pensado que el maestro tiene razón, pero no recuerdo la causa por la que yo empecé a escribir; el hecho es que desde muy chico lo hacía, gracias a muchos buenos amigos que me soportaban y algunos de ellos hasta me estimulaban. De entre ellos recuerdo con afecto a Emmanuel Carballo, quien me enseñó a muchos autores, aunque en aquel tiempo él estaba más emocionado con la Revolución cubana que con libros, lo que a mí no me interesaba, pero él me presentó a Nicolás Guillén, a quien, si no me equivoco, trajo la universidad y anduvimos varios días pastoreándolo.A Juan Rulfo lo conocí por mi padre y lo traté después en alguna época en que el autor de El llano en llamas quiso traer a Juan Francisco González -a quien la cultura de Jalisco no le ha hecho justicia-, para que impartiera un taller, que al final no se hizo, pero era muy amigo de Rulfo y éste anduvo una temporada por acá y tuvimos varias reuniones, incluso lo llevé varias veces a su casa, que quedaba por los rumbos del Club Atlas paradero y era poco expresivo pero, sin duda, un genio.@enrigue_zuloaga