Hace ya muchas navidades que no se hallaba el mundo en una situación tan compleja y arriesgada. Israel, Palestina, Líbano, Yemen, Irán, Siria, Rusia, Ucrania, Corea del Sur, Corea del Norte, Taiwán, y, encima, frentes y enfrentamientos azuzados por el presidente electo de Estados Unidos que han hecho chocar a Canadá con México, y a China con Norteamérica, y con la Unión Europea, y a la Unión Europea con el Mercosur. Amenazas nucleares, guerras por encargo, treguas fallidas, genocidios disimulados, rencores acumulándose, violencia por todas partes. ¿Es real todo esto? ¿O la idea es solamente mantener asustada a la humanidad para que se mantenga sometida y justifique lo que sea? ¿Debemos vivir siempre en el temor de lo que pueda pasar para que siga pasando lo que pasa?Y entonces, ¿qué es la Navidad? ¿Un mundo fantasioso al cual evadirnos por un mes? ¿Una fiesta de la fraternidad que dura sólo una noche? ¿Una enorme esfera de brillante color, pero vacía? ¿La época dorada de los comerciantes? ¿Acaso un respiro para poder seguir respirando en un mundo inexorablemente contaminado?La experiencia histórica de la Navidad, antes de que la burguesía la maquillara y edulcorara para convertirla en “felices fiestas”, era un mensaje radical y revolucionario que sacaba al ser humano de su área de confort y lo confrontaba consigo mismo y con la realidad tal cual es: el poderoso mensaje de que podemos cambiar y transformar el mundo en algo siempre mejor y más respirable, que la humanidad de establo puede ser el punto de partida de una vida renovada que rompe las ataduras a que ha estado sometida y aprende a mirar las estrellas del cielo, en vez de estar clavada en el estercolero de una existencia egoísta y rutinaria.Desde este punto de vista, Nazareth es el espacio cómodo y conocido del que hay que salir para que el Mesías nazca en una caballeriza. Israel es la patria conocida que hay que abandonar para que la vida se preserve en Egipto. La irrupción de Dios en la vida del hombre exige siempre salir de lo cotidiano para emprender el camino hacia lo desconocido con todo tipo de incomodidades, pero este cruzar el desierto que va de Israel a Egipto es lo que forja hombres que transforman el mundo.Un político de aquellos tiempos, Herodes, se conmociona al tener noticia del nacimiento del Mesías, porque advierte que ese Mesías puede poner en peligro el mundo mezquino que ha construido. Y con él se conmociona toda Jerusalén, porque Jerusalén ha siempre esperado al Mesías a condición de que nunca llegue. La conmoción de Herodes es la propia del que teme ser cuestionado, confrontado, exhibido, ser puesto en evidencia ante los demás; es el terror a perder lo ganado por haberlo obtenido de la peor manera. La conmoción de Jerusalén es la conmoción del mundo ante la inminencia de un anuncio que ha comenzado entre los pobres y los sensatos, en las márgenes de la sociedad con poder y con dinero, pero sin principios ni valores.Compartir lo propio, devolver lo robado, hacer justicia sin sobornos ni amenazas, apartarse de la corrupción, denunciar la mentira, poner un dique a quienes destruyen el mundo, superar la credulidad y los rituales alienantes, son parte del mensaje de Navidad que urgía disfrazar, ocultar, edulcorar, distraer, reducir a fantasías y embriagar la mente para que olvide el verdadero mensaje. ¿Podremos rescatar lo que la Navidad realmente significa?