Domingo, 22 de Diciembre 2024

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2025

Por: Luis Ernesto Salomón

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El recuento del año que termina significa mucho más que narrar los recuerdos; es un ejercicio de reflexión que nos invita a conectar los eventos vividos con un hilo conductor capaz de darnos un mensaje y una emoción renovada. Para México, 2024 fue un año de cambios trascendentales. Una Presidenta asumió el Poder Ejecutivo en nuestra joven democracia, marcando un hito histórico que abre nuevas perspectivas para el futuro político del país. Sin embargo, también fue un año de retos: una economía que avanzó con lentitud, una ola de violencia criminal que impactó profundamente a regiones como Sinaloa, Sonora, Michoacán, Estado de México, Tabasco y Guanajuato, y un aumento alarmante en las desapariciones de personas. En medio de esta complejidad, la lucha por construir un mejor país se mantuvo viva, aunque a menudo eclipsada por distracciones y espectáculos mediáticos.

A nivel global, 2024 también estuvo marcado por agitaciones significativas. En Estados Unidos, los cambios políticos trajeron nuevas dinámicas a la región, mientras que el mundo vivió un periodo de tensión militar sin precedentes en décadas. La guerra en Ucrania, con la participación de Corea del Norte, el conflicto armado en Gaza y El Líbano, las guerras en Sudán, la revolución en Siria, las amenazas en Taiwán y el acelerado desarrollo de la industria militar son recordatorios de un panorama internacional convulso.

Sin embargo, a pesar de los desafíos, el año que termina nos deja también un aprendizaje valioso: la importancia de la resiliencia, esa capacidad que muchos técnicos llaman terquedad, y que en México conocemos bien como una obstinación por salir adelante. Esta terquedad nos permite reconocer que, aunque 2024 no fue el año que habríamos deseado, fue un año en el que seguimos avanzando. Y eso, en sí mismo, es motivo de esperanza.

El horizonte que se abre con 2025 no está exento de desafíos. Las aguas tormentosas que se vislumbran requerirán todo nuestro talento, creatividad y unidad para sortearlas. Pero esas mismas aguas también traen consigo oportunidades: la posibilidad de mejorar aquello que aún no hemos logrado controlar plenamente como nación y de fijar con mayor claridad un rumbo hacia el largo plazo. Este es el momento de consolidar nuestra visión de futuro, de trabajar juntos para construir un país más justo, seguro y próspero.

El optimismo, lejos de ser un acto ingenuo, es una declaración de intención. Implica reconocer nuestras fortalezas y confiar en nuestra capacidad para superar los retos. Porque tenemos con qué: una sociedad resiliente, un espíritu emprendedor y una historia que nos enseña que, una y otra vez, hemos sabido levantarnos ante la adversidad. Este optimismo no niega los problemas, pero los enfrenta con la certeza de que es posible resolverlos.

En estas fechas, tan propicias para los recuentos y los propósitos, hagamos un llamado a la acción colectiva. Llenémonos de fuerza y determinación para construir un 2025 que honre nuestras aspiraciones y nos acerque al país que todos deseamos. Subidos en el mismo barco, cada quien desde su trinchera, tenemos la oportunidad de hacer la diferencia. Que el año nuevo nos encuentre unidos, optimistas y listos para enfrentar el futuro con valentía.

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