Decimos, oímos, leemos “modelo económico” y suponemos al monstruo que acecha en la penumbra: si queremos que haya justicia en los salarios, en los precios de los productos y que la inflación no exista, debemos implorar al más allá para que los dueños del modelo económico lo cambien. Si por sus efectos definimos qué es el modelo económico, podría expresarse: patrón de la economía diseñado por los amos del capital para hacerse más ricos y no dejar de hacerlo, a costa de lo que sea y de quienes sean. Por eso, los salarios bajos y los precios suben a despecho de las necesidades de la gente y de la pobreza, es el mandato ineluctable del modelo económico que nos han impuesto. Y si añadimos el apellido neoliberal al tal modelo, ya estuvo: el monstruo no sólo acecha, devasta sociedades enteras o al menos las condena a no salir de la postración financiera.No hay un solo modelo, según se lee de las distintas explicaciones, las básicas: el de la oferta y la demanda o el del comportamiento de los consumidores, con los que los analistas del fenómeno económico pueden explicar (eso creen), con la representación simplificada del todo, las vicisitudes del fenómeno, y no únicamente: pueden, rezan las definiciones, prever el desarrollo de sucesos complejos de la economía. No entendemos por qué no lo han hecho, o quizá en economía al acto de prever no le sigue el de prevenir, basta ver la cadena de crisis que cuando se presentan nos enteramos de que los especialistas tenían a la mano las variables del modelo vigente, de haber hecho la lectura adecuada de su desenvolvimiento, previa a la crisis en turno, podrían haber evitado dificultades de dinero que empobrecieron a millones (no en una ocasión, cada vez), en perfecto sentido contrario del enriquecimiento -la evidencias sobran- de los que en su mesa diseñan, arman y ponen a funcionar el tal modelo. Esta imagen de los amos del capitalismo jugando con la vida o cuando menos con el bienestar de la humanidad, encaja bien en la explicación simplificada, sobre todo durante los procesos electorales, de por qué estamos como estamos: unos no quieren que progresemos, y es una fatalidad de tal magnitud que no queda sino adaptarse.El movimiento que creó López Obrador enarboló la causa de que otro modelo era posible para sacar a México de la larga noche neoliberal. Por esto debíamos entender que llevaría al país por el rumbo opuesto a las características elementales del neoliberalismo: a) el papel del Estado se haría más protagónico, lo logró: de la mano de las Fuerzas Armadas, del nepotismo y la burocracia, hoy el Estado mexicano participa activamente en la economía, al tiempo que, por ese mismo protagonismo, pasa por una grave falta de dinero, por lo que, mientras llega a colectar más, su intervenir antineoliberal se basa en sembrar miedo, en contener derechos y libertades, y en legislar como con diarrea, para simular que la realidad, económica y política, es la de sus discursos; b) los mercados quedarían sujetos a las reglas impuestas por el Estado, no lo ha logrado: la ley de la oferta y la demanda goza de cabal salud, aunque debemos matizar: controla, por ejemplo, el precio del maíz y le está explotando en la cara, lo intentó con los medicamentos y no consiguió sino desabasto, como con los combustibles: el gobierno marca el precio de la gasolina con menos octanaje y por vía paralela refrenda el neoliberalismo para sí mismo: los gobernantes y sus aliados fijan el modelo de compra y distribución de los hidrocarburos para su estricto enriquecimiento, validos de la herramienta favorita de la larga noche neoliberal: la corrupción; c) hacer públicas empresas privadas, no lo han hecho, aún, en cambio metió al gobierno a ser empresario, con muy sonados fracasos. Y para que el modelo económico del Movimiento de Regeneración Nacional termine de ser contradictorio, esquizofrénico, ha hecho lo diplomática y económicamente posible para conservar la joya nacional del neoliberalismo, o sea del salinismo: el tratado de libre comercio. El gobierno mexicano ni siquiera intenta lavarse la cara reclamando a Estados Unidos por el trato ICE a los migrantes, a sus descendientes, en la casa del Tío Sam. Eso sí, el supuesto nuevo modelo conserva la característica afín a cualquiera: la convivencia gozosa del Estado con el crimen organizado.Pero el Estado no es únicamente el gobierno con sus aliados en turno, las y los ciudadanos son, es la tesis, su elemento principal, objeto de sus leyes y centro de su razón de ser. Entonces, deben desempeñar el rol protagónico en el modelo económico correspondiente a la febril imaginación de quien rige (además del muy evidente de pagadores de impuestos y validadores, a mano alzada o por medio de encuestas de popularidad, del modelo en el que hacen sus vidas) y lo desempeñan con denuedo: si las medicinas faltan, si no alcanza para la canasta básica, si la educación y la salud provistas por un gobierno que huye de la tenebrosidad neoliberal son deficientes y si los criminales gobiernan extensos territorios, la masa termina por aceptar que no está fácil para el gobierno y como si de una familia se tratara, justifica: no hay dinero. Entendimiento con el que los ciudadanos rinden la única arma de la que disponen para que el modelo económico, el que sea, los considere primero: exigir hasta desgañitarse: no me expliques por qué, según tú, gobierno, no tienes dinero, resuelve los problemas de nosotros ahora mismo, es tu obligación, porque, además, dinero sí hay. Cada que asimilamos mansamente las “razones” de los gobiernos para fallar, que es su modelo, descendemos un peldaño hacia la indignidad, hacia el pantano en el que les conviene que estemos. Descenso en el que no es raro que también escuchemos: ni modo, así es la política.