Miércoles, 24 de Diciembre 2025

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La “presidencia imperial” de Trump

Por: Daniel Rodríguez

La “presidencia    imperial” de Trump

La “presidencia imperial” de Trump

En el preámbulo de esta Navidad —por cierto, los mejores deseos para quienes estén leyendo esta reflexión—, vamos a llevar a cabo algo diferente a lo cotidiano; voy a escribir la sintomatología de una persona “muy conocida” y su agudeza mental seguramente lo va a identificar inmediatamente:

Tiene un enfoque personal exagerado al comenzar asuntos corrientes; confianza exagerada en sí mismo, imprudencia e impulsividad; sentimiento de superioridad sobre los demás; una desmedida preocupación por la imagen, lujos y excentricidades; su rival debe ser vencido a cualquier precio; la pérdida de mando o de popularidad termina en la desolación, la rabia y el rencor; desprecio por los consejos de quienes le rodean y alejamiento progresivo de la realidad. ¿Ya sabe de quién se trata?

Posiblemente usted ya lo identificó: Donald Trump. Y los síntomas anteriores, en mayor o menor dimensión, son parte de la personalidad de quien es el presidente de los Estados Unidos y que corresponden a una persona que padece el síndrome de Hubris, un trastorno que se caracteriza por generar un ego desmedido, un enfoque personal exagerado, con excentricidades y desprecio, que es reconocido por los psiquiatras como un problema mental de poder.

El domingo pasado, The New York Times hace un análisis que titula: “Trump lleva la ‘presidencia imperial’ de Estados Unidos a un nuevo nivel”, en donde destaca que “en su primer año de regreso a la Casa Blanca, el presidente Trump ha ampliado enormemente el poder ejecutivo, adoptando sin reparos los símbolos de la realeza de una manera nunca vista en la moderna…, al mismo tiempo que ha ejercido un poder prácticamente ilimitado para transformar el gobierno y la sociedad estadounidense a su antojo”.

Y para ratificar esa percepción, que las cosas se hacen a su antojo, como quiere y cuando quiere, el martes Donald Trump anunció la construcción de dos buques de guerra —de una serie— que llevarán su nombre —Trump Class USS Defiant—, en un hecho inusual para un presidente en el ejercicio; la semana pasada “se le ocurrió” agregar su nombre al Centro John F. Kennedy para las Artes Escénicas, que es un memorial para el expresidente asesinado; a mediados de octubre mandó demoler parte del ala este de la Casa Blanca —sin permiso del Congreso—, donde se construye un gran salón de baile, y días antes de su cumpleaños —14 de junio— decidió que cada año, en ese día, la entrada a los parques nacionales será gratuita.

A todo lo anterior hay que agregar las visitas de mandatarios de otros Estados, en donde se ven los emocionantes sobrevuelos militares, procesiones de caballos negros y mesas largas y majestuosas en las cenas formales. Y cuando está sentado en la Oficina Oval, interpreta a su conveniencia las enmiendas constitucionales, destruye agencias y departamentos creados por el Congreso, envía soldados a las calles de ciudades demócratas bajo el argumento de la inseguridad y dirige una guerra —no autorizada— contra barcos no militares, además de ordenar destruir embarcaciones de supuestos traficantes de drogas.

Una presidencia imperial, con una acumulación de poder con escasa o nula resistencia por parte del Congreso o la Corte Suprema.

Usted, ¿qué opina?

daniel.rodriguez@dbhub.net

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