Lunes, 03 de Noviembre 2025
null
Estilo

Los Altos de Jalisco: tierra de agave, tradición y leyenda

Esta región florece como un destino donde el sabor y las raíces se entrelazan en una armonía que celebra la historia y la naturaleza

FaustoSalcedo

En el mapa turístico de Jalisco, un nuevo trazo empieza a brillar: Los Altos. Entre destilerías familiares, ferias y haciendas restauradas, y una tradición que ha fluido a lo largo de los siglos, esta región reivindica su lugar como el segundo corazón del tequila mexicano, y que se vuelve la región idónea para visitar cualquier época del año, pero en especial en otoño, esta temporada que se asoma como un resplandor tenue sobre las lomas, convierte el verde en dorado, baja la velocidad de las tardes, invita a caminar más despacio, a probar con calma, y a mirar dos veces. La identidad alteña está hecha de contrastes: del barroco tallado en cantera y de los campos verdes que parecen infinitos; del sonido del mariachi y el silencio de los amaneceres con neblina; de la devoción al Santo Niño de Atocha y de la algarabía de una charreada.

La cultura alteña tiene una relación antigua con la tierra y el caballo, y el otoño la vuelve más visible. Las haciendas -ya sea que funcionen como hoteles, espacios culturales o recintos de eventos- programan cabalgatas, exhibiciones de charrería y festivales de corte campirano donde conviven el mariachi, la cocina de rancho y los oficios donde la arena se levanta como un abanico de polvo. En el calendario, la temporada se arrima a los días de muertos y, con ellos, llegan procesiones de velas, montajes de altares en casas y plazas, muestras de pan de muerto con estilos que van del más sobrio al más dulce, y recorridos nocturnos donde los centros históricos se transforman en un escenario entre lo solemne y lo lúdico. En esas fechas, tanto Tepatitlán como Lagos de Moreno visten sus plazas con papel picado y flores, y convocan a la memoria: el color naranja del cempasúchil se vuelve brújula.

Durante mucho tiempo, Los Altos de Jalisco fueron conocidos por sus charros y sus templos. Hoy, sin renunciar a su pasado, la región escribe una nueva historia entre surcos de agave y rutas tequileras que crecen lejos del bullicio de Tequila, y que se convierte en un nuevo polo turístico, una nueva tierra donde el tequila brota, un segundo corazón jalisciense que nos da identidad, rostro y cultura.

El alma alteña: entre el maíz y el agave

A diferencia de las zonas valles donde se popularizó la industria tequilera de gran escala, Los Altos de Jalisco conservan una relación más humana y artesanal con el agave. Aquí las destilerías -muchas familiares o de pequeña producción- abren sus puertas a los viajeros curiosos. Se pueden recorrer los surcos, aprender a cortar un maguey con la coa, y observar la cocción lenta de las piñas en hornos de ladrillo. En cada parada, una historia: una familia que lleva tres generaciones destilando, un maestro tequilero que todavía confía en su olfato más que en los instrumentos, un mural que recuerda los días de las haciendas porfirianas.

La Ruta de los Altos del Tequila se ha convertido en el hilo conductor de este renacimiento. Abarca municipios como Arandas, Atotonilco el Alto, Jesús María y Tepatitlán, conectando destilerías centenarias con nuevas propuestas de turismo rural. Es una ruta menos turística, menos masiva, y por eso más auténtica.

El centro histórico de Tepatitlán de Morelos conserva su encanto colonial entre portales, cúpulas y plazas llenas de vida. ESPECIAL

Tepatitlán: la alegría de lo cotidiano

Tepatitlán de Morelos, conocido simplemente como Tepa, es la capital simbólica de Los Altos. Su plaza principal, de portales amplios y kiosco de hierro forjado, es el escenario perfecto para ver pasar la vida alteña: familias paseando al atardecer, jóvenes que se saludan en círculos, y vendedores de tejuino y esquites que llenan el aire de aromas dulces y ácidos. 

Tepa vibra al ritmo de su gente. Su calendario de fiestas marca el pulso del año, y en abril la ciudad se transforma con la Feria Tepabril, una de las celebraciones más grandes del estado. Durante semanas, los jaripeos, las charreadas y los conciertos convierten la ciudad en una explosión de color y música. 

Pero más allá del ruido festivo, Tepatitlán guarda una gastronomía que resume la generosidad de la tierra alteña, y los postres con huevo, tan presentes que inspiraron su propia Feria del Huevo, donde cocineras locales presentan desde empanadas y flanes hasta platillos contemporáneos con toque gourmet. 

La ciudad también forma parte activa de la nueva Ruta Tequilera de los Altos. Muy cerca del centro, destilerías pequeñas ofrecen recorridos donde se puede observar todo el proceso, desde la plantación hasta el embotellado. Algunas combinan la experiencia con visitas a casas de agave, catas dirigidas y talleres de mixología.
 
No hay prisa ni multitudes: el visitante aprende, conversa, degusta, y se va con la sensación de haber entendido algo más profundo que el sabor del tequila: su espíritu.

Lagos de Moreno. Joya arquitectónica de los Altos, resguarda entre cantera rosa y balcones de hierro la elegancia del siglo XVIII. ESPECIAL

Lagos de Moreno: la elegancia del pasado

Si Tepatitlán es el corazón festivo de Los Altos, Lagos de Moreno es su alma histórica. Declarado Pueblo Mágico por su riqueza arquitectónica, Lagos conserva un centro histórico de calles empedradas, balcones de hierro y templos de cantera rosa que evocan la grandeza del siglo XVIII. Su Puente de Lagos, el Templo del Calvario y el Teatro José Rosas Moreno son joyas que hablan de un pasado ilustrado y orgulloso.

Caminar por Lagos es recorrer la memoria alteña: en las plazas resuena la música de banda, en los portales huele a pan de horno y cajeta, y en los restaurantes se sirven pacholas -carne molida con chile y especias, aplanada y frita- que son una delicia humilde y poderosa. Los quesos artesanales, herencia de la tradición ganadera, son un punto aparte: adobera, panela, asadero, “Lagos” … cada variedad tiene su textura y su historia. Muy cerca del casco urbano, antiguas haciendas coloniales han sido restauradas como hoteles boutique o casas de descanso que permiten al visitante dormir entre muros de piedra y corredores con arcos, cabalgar al amanecer y cenar bajo lámparas de hierro forjado. Este tipo de turismo, entre lo rural y lo elegante, está dando nueva vida a los patrimonios alteños.

Hacienda tequilera, en Atotonilco el Alto, Jalisco. ESPECIAL

Tequila alternativo: las rutas del norte

Mientras el municipio de Tequila concentra el turismo de masas con su tren y sus grandes marcas, Los Altos proponen una alternativa más silenciosa, más cercana a la esencia artesanal. Las nuevas rutas tequileras alteñas invitan a recorrer paisajes de agave donde el horizonte se tiñe de azul y dorado, y las destilerías siguen funcionando como en el siglo pasado.

En Arandas, por ejemplo, el visitante puede conocer algunas de las casas tequileras más reconocidas del país, que mantienen su base en procesos tradicionales. En Atotonilco el Alto, los maestros tequileros explican la importancia del agua y el tipo de suelo -rojo, rico en hierro- que da un sabor distinto al agave de la región.

En Jesús María y San Ignacio Cerro Gordo, pequeñas cooperativas ofrecen experiencias comunitarias: la oportunidad de plantar un hijuelo, participar en la molienda o probar el mosto antes de destilar.

Esta Ruta Alteña del Tequila no busca competir con Tequila, sino ofrecer una experiencia complementaria. Aquí el visitante no es turista, sino invitado. El recorrido se mezcla con tradiciones vivas: talleres de talabartería, mercados de quesos, cocinas humeantes. Y siempre, al final del día, una copa de tequila reposado o añejo que huele a tierra caliente y madera.

Durante décadas, el municipio de Tequila acaparó los reflectores como cuna del agave azul. Sin embargo, en los últimos años, los municipios alteños han comenzado a reivindicar su papel en la cultura tequilera, ofreciendo una experiencia más íntima, artesanal y profundamente ligada al paisaje y la gente. Los Altos no son solo el corazón ganadero y religioso del estado: son también un territorio donde el agave crece con orgullo, donde el tequila se produce con paciencia, y donde la hospitalidad tiene sabor a sierra y a sobremesa larga. Para quien busca una experiencia tequilera diferente -más íntima, más técnica, más silenciosa-, los Altos de Jalisco son una promesa cumplida. Para quien quiere comer bien y mirar arquitectura con memoria, también. En otoño, la estación hace su parte: apaga la estridencia, subraya los contornos, vuelve las tardes de un color que solo se encuentra aquí. El resto es dejarse llevar: caminar, probar, brindar. Y, si se puede, volver. Porque el otoño alteño, con su lección de paciencia y brillo, pide repetirse.