
Evangelio de hoy: Tampoco yo te condeno: vete y ya no vuelvas a pecar
Dios no nos condena, pero no la hace para que sigamos igual, sino para darnos la oportunidad de cambiar

El perdón de Dios no significa el permiso para que el pecador siga pecando, sino una ocasión para convertirnos. WIKIPEDIA/«Cristo con la mujer sorprendida en adulterio», de Guercino
LA PALABRA DE DIOS
PRIMERA LECTURA
Isaίas 43, 16-21
«Esto dice el Señor, que abrió un camino en el mar
y un sendero en las aguas impetuosas,
el que hizo salir a la batalla
a un formidable ejército de carros y caballos,
que cayeron y no se levantaron,
y se apagaron como una mecha que se extingue:
“No recuerden lo pasado ni piensen en lo antiguo;
yo voy a realizar algo nuevo.
Ya está brotando. ¿No lo notan?
Voy a abrir caminos en el desierto
y haré que corran los ríos en la tierra árida.
Me darán gloria las bestias salvajes,
los chacales y las avestruces,
porque haré correr agua en el desierto,
y ríos en el yermo,
para apagar la sed de mi pueblo escogido.
Entonces el pueblo que me he formado
proclamará mis alabanzas”».
SEGUNDA LECTURA
Filipenses 3, 8-14
«Hermanos: Todo lo que era valioso para mí, lo consideré sin valor a causa de Cristo. Más aún pienso que nada vale la pena en comparación con el bien supremo, que consiste en conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor he renunciado a todo, y todo lo considero como basura, con tal de ganar a Cristo y de estar unido a él, no porque haya obtenido la justificación que proviene de la ley, sino la que procede de la fe en Cristo Jesús, con la que Dios hace justos a los que creen.
Y todo esto, para conocer a Cristo, experimentar la fuerza de su resurrección, compartir sus sufrimientos y asemejarme a él en su muerte, con la esperanza de resucitar con él de entre los muertos.
No quiero decir que haya logrado ya ese ideal o que sea ya perfecto, pero me esfuerzo en conquistarlo, porque Cristo Jesús me ha conquistado. No, hermanos, considero que todavía no lo he logrado. Pero eso sí, olvido lo que he dejado atrás, y me lanzo hacia adelante, en busca de la meta y del trofeo al que Dios, por medio de Cristo Jesús, nos llama desde el cielo».
TERCERA LECTURA
Juan 8, 1-11
«En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y él, sentado entre ellos, les enseñaba.
Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a él, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú que dices?”
Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.
Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a él.
Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?” Ella le contestó: “Nadie, Señor”. Y Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”».
Tampoco yo te condeno: vete y ya no vuelvas a pecar
El pasaje que escuchamos el día de hoy nos muestra claramente la manera en la que el pueblo escogido entendía a Dios y su forma de actuar: Dios le dio a Moisés una serie de reglas que todos debían cumplir, quien lo hacía se salvaba, quien no las cumplía se condenaba. Jesús rompe con tal visión. Ya lo escuchamos la semana pasada enseñando a sus contemporáneos, y a nosotros, que Dios es ante todo un padre misericordioso. Hoy nos presenta otro ejemplo de tal misericordia y de lo que significa ser misericordioso.
Los escribas y fariseos llevan ante Jesús a una mujer sorprendida en adulterio, es decir, alguien que había infringido una ley y, por lo tanto, había pecado. La consecuencia de ese pecado, según esa misma ley, era la muerte. Ellos le preguntan qué deberían hacer: ¿cumplir o no cumplir la ley?
El evangelista dice que los escribas y fariseos le querían poner una trampa a Jesús, pero más allá de la trampa, lo más importante de este pasaje es lo que nos sigue enseñando Jesús sobre Dios: un padre que está más dispuesto a perdonar que a condenar y lo hace así para dar otra oportunidad para empezar de nuevo.
Ser misericordioso es ser más proclive a perdonar que a condenar. Los escribas y fariseos estaban listos para cumplir la ley, es decir, para condenar al pecador, porque entendían que así era Dios, sin embargo, Jesús corrige esa visión enseñándonos cómo realmente es Dios. Ser misericordioso es perdonar. Dios no nos condena, pero no la hace para que sigamos igual, sino para darnos la oportunidad de cambiar.
El perdón de Dios no significa el permiso para que el pecador siga pecando, sino una ocasión para convertirnos. Esta es la enseñanza de esta semana, no debemos ir condenando a los demás, puesto que nosotros también somos pecadores y somos unos pecadores a quienes Dios perdona, pero no para seguir pecando, sino para ofrecernos otra oportunidad para rectificar el rumbo.
Hugo Xicohténcatl Serrano, SJ - ITESO
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