Para quienes hemos crecido en Guadalajara, la palabra “Cabañas” siempre ha sido un apellido, no una cosa; el apellido de un edificio conocido por casi dos siglos como “hospicio”, el Hospicio Cabañas. Pero en realidad, Cabañas fue el segundo apellido de un notable personaje de nuestra historia, don Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo, y más que fundar un “hospicio” estableció una “Casa de misericordia”, para la cual hizo construir el edificio de asistencia social más grande de la América española, una obra arquitectónica que es joya del arte neoclásico de Guadalajara, y que ha recibido el galardón de patrimonio de la humanidad por la UNESCO.Si hacemos un listado de los principales edificios virreinales que sobreviven en nuestra ciudad, ninguno de ellos puede comparársele en dimensión y belleza, pero más allá de la magnificencia de este imponente edificio, subyace un extraordinario y revolucionario concepto de la asistencia social, el concepto de la promoción de las personas en situación de pobreza, para que lejos de sentirse una carga para la sociedad a causa de la limosna que reciben, puedan integrarse a la misma como actores productivos. En efecto, la casa de misericordia del señor Cabañas tenía como primordial objetivo capacitar a las personas sin casa ni trabajo, para que pudieran aprender una manera honesta de vida, concluido este aprendizaje, se les conseguía trabajo y entonces, ellos y sus familias podían dejar este singular hospicio. Nada aporta más a la dignidad, madurez y libertad de una persona como el sentirse útiles y autosuficientes, y esa era la finalidad de esta institución, que lamentablemente con el paso de los años acabó reducida a orfanato y asilo de ancianos, intenciones que no eran de por sí ajenas a dicha fundación, pero de ningún modo prioritarias.Cabañas fue el último obispo español de Guadalajara, y el primero de la época independiente. A diferencia del arzobispo de México, que al consumarse la independencia dejó el país y volvió a su patria, sin renunciar a su cargo, el señor Cabañas tomó la decisión de quedarse en Guadalajara, y no sólo eso, sino que dando su apoyo al plan de las “Tres garantías”, por el cual México se independizó de España, se cerró para siempre las puertas de su patria de nacimiento.El obispo Cabañas gobernó su todavía extenso obispado durante catorce años de paz y catorce de guerra, en los primeros catorce realizó un trabajo de observación, y análisis de la realidad, así como acciones concretas y precisas que fueron exitosas en todos los aspectos. Durante los catorce de guerra debió atravesar por una vertiginosa sucesión de acontecimientos, desde el sitio de mayor responsabilidad e incomodidad, es decir, como obispo, y como español. Al igual que todos los habitantes de la entonces Nueva España fue sorprendido por el movimiento de Hidalgo, un movimiento caótico, sorprendentemente violento y destructivo, pero, sobre todo, confuso en sus metas concretas. Aun así, Cabañas debió evolucionar y hacerlo de la peor manera: bajo la inesperada y fuerte presión de acontecimientos sucesivos y radicales que retaban las capacidades de cualquier persona que debiera vivir en su situación, y en ese momento de nuestra historia. Su manera de hacerlo sigue siendo un claro ejemplo de lo que significa la capacidad de adaptación y comprensión de los signos del tiempo, hay que recordarlo ahora que se cumple el segundo centenario de su fallecimiento.