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Los juegos de la infancia

Los juegos de la infancia
Fuimos una generación muy activa. Por la mañana en la escuela, Educación Física y por supuesto el recreo. Todo al aire libre. Por la tarde, hecha la tarea, a jugar con los amigos; no como hoy, que vemos a los niños adentro de la casa, sentados mirando el celular, la tablet o la televisión.
Jugábamos en la calle, con total libertad; vivíamos en una ciudad segura, tranquila y nos cuidábamos entre todos; si alguien veía que se acercaba un vehículo, al grito de “¡Aguas!”, todos corríamos a la banqueta a ponernos a salvo y, una vez pasado el peligro, regresábamos al juego.
Nuestros papás confiaban en nosotros y en nuestros amigos de la cuadra o del barrio, pues casi todo mundo se conocía y pertenecíamos a la generación de las tres eses: sana, sencilla y sincera; éramos responsables de nosotros, de nuestra integridad física y de la de los demás.
Y si en la mañana en la escuela hacíamos ejercicio, por las tardes aún más; correr, saltar, brincar, porque era preciso hacerlo en casi todos los juegos de la infancia, como las escondidas, al que le decían “uno, dos, tres, el escondite inglés”, el bebeleche, el shangai, las rondas, el salto de cuerda, los encantados, el juego del pañuelo, el futbol o el volibol, y sí, en plena calle.
En el caso del bebeleche, era un juego que no ocupaba más que un pedazo de calle o banqueta, en el que, con una tiza o gis, le poníamos cuadritos numerados del 1 al 10, y todo era cuestión de salto, coordinación y precisión.
Otro juego que nos ponía a correr a todos era el de “la traes”, porque el chiste era evitar que “nos la pegaran” y solo podíamos estar a salvo en la “bas”, y casi todo el tiempo andábamos corriendo. Acabábamos cansados, pero muy contentos.
Participábamos en las rondas; el juego de Juan Pirulero, El Naranjero con su canción “Naranja dulce, limón partido, dame un abrazo que yo te pido”, La Estatua de Marfil, La Rueda de San Miguel.
Uno de los pasatiempos favoritos era jugar pelota; hacíamos equipos parejos, con buenos, regulares y malos; poníamos nuestros suéteres o mochilas de “postes” y el travesaño de la portería era la estatura del portero con los brazos bien levantados, y a simple cálculo sabíamos si era gol o no; y si había dudas, “repetíamos la jugada” o se resolvía con: “¿penal o gol?”, terminaba la discusión y reinaba la diversión y la paz, cero rencores.
Al final todos amigos, incluso hasta tomábamos de la misma botella de refresco, y solo le pasábamos por encima de la boquilla el antebrazo o la palma de la mano, y listo para el siguiente. Y cuando jugábamos en parques, nos pegábamos a la llave para tomar agua. Como que éramos más correosos, no como la generación de cristal.
Fuimos una generación muy sana; comíamos de todo, porque, aunque los jóvenes lectores lo duden, bebíamos refrescos y, como decía antes, tomábamos muchos de la misma botella; comíamos productos panificados cubiertos de chocolate y con mermelada adentro (ya saben a cuáles me refiero), y en la tiendita de la escuela no faltaban los churritos, las papas, los dulces, las manzanitas cubiertas, los chiclosos, las palanquetas de nuez y cacahuate, los pirulís con papel encerado, los chicles. Por cierto, ¿recuerdan los chicles Adams de cajita? ¿Y qué me dicen de los chicles Yucatán multisabores, de violeta, anís, menta, yerbabuena, canela, tutifruti, las paletas de dulce, la nieve, los bolis? Y nuestras benditas mamás nos mandaban con el lonche de huevo o el sándwich de jamón, y lo compartíamos sin egoísmos ni envidias. ¡Qué tiempos!
Había quien llegaba con sus canicas, caicos, florecitas, agüitas y cacalotes, y jugábamos al hoyito, la chollita, chiras pelas; sabíamos hacer bailar al trompo, ensartar el balero; jugábamos con aquellos inolvidables yoyos Duncan Russell y también con los que no patinaban y no podíamos hacer ni “el péndulo”, “el triángulo” o “pasear al perrito”, pero de todas maneras andábamos con el famoso yoyo.
Las niñas jugaban a las comiditas y los niños nos sentábamos poco antes de oscurecer a contarnos cuentos de fantasmas y aparecidos, y bastaba con que a alguno de nosotros nos hablara nuestra mamá para regresar a la casa, a bañarnos y merendar, para que todos obedientes y bien portados desbaratáramos la bolita y, hasta otro día, a volver a gozar de la vida, a correr, saltar, brincar, divertirnos, hacer amigos, cuidarnos y querernos mucho.
Gracias por sus comentarios a mi correo. Aquí nos encontraremos el siguiente sábado en EL INFORMADOR, si Dios nos presta vida y licencia.
lcampirano@yahoo.com
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