Miércoles, 08 de Enero 2025

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Temporada de truenos

Por: Raymundo Riva Palacio

Temporada de truenos

Temporada de truenos

Justin Trudeau se convirtió en la última víctima de la polarización y el populismo. Trudeau, un demócrata liberal, renunció al cargo de primer ministro de Canadá tras una paralización parlamentaria de más de un año y luego de seis meses caóticos, una pugna interna en el Partido Liberal por el poder, y una caída sistemática en la aprobación de la opinión pública, insatisfecha con el modelo y hambrienta de alternativas radicales. Nueve años en el cargo cobraron su cuota de desgaste. Sin consenso en su partido, dijo, no podía encabezar a los liberales con éxito en las elecciones generales de octubre próximo.

“Al quitarme de la ecuación como el líder que peleará en la próxima elección por el Partido Liberal, también deberá reducirse el nivel de polarización que estamos viendo ahora mismo en el Parlamento y en la política canadiense”, agregó en su mensaje del adiós, donde describió el momento actual como “crítico en el mundo”.

Ciertamente, como señala un ensayo en el Journal of Democracy, ese momento se sintetiza en el declive notorio de la democracia como la conocemos, el de una representación que ha generado una profunda insatisfacción porque la gente piensa que no está funcionando y que solo sirve los intereses de los ricos y los poderosos, que generó un sentimiento contra las élites que fracturó el sistema de partidos, alimentó el surgimiento del populismo y creó oportunidades que fueron bien explotadas por los autócratas.

Esta es la etapa que señaló Trudeau, el advenimiento de las democracias iliberales, cuyos líderes llegaron al poder mediante las oportunidades de la democracia, para destruir la democracia desde adentro. Los dirigentes iliberales se están juntando y agregando figuras autócratas y de extrema derecha que impulsan la regresión política. Trudeau lo expuso en una crítica al líder conservador, Pierre Poilievre, cuyo partido aventaja al del ex primer ministro por 21 puntos en las encuestas, que rechaza el cambio climático, los valores y la diversidad que ha buscado siempre Canadá, atacando a periodistas e instituciones que “no es lo que los canadienses necesitan en este momento”.

La pregunta es ¿quién define lo que quiere la gente? Nadie, salvo la gente misma. Lo vimos en Estados Unidos con la victoria de Donald Trump, donde las mujeres votaron por un misógino y los hispanos por un racista, y que en su mansión de Mar-a-Lago ha abrazado a tres líderes radicales, la italiana Giorgia Meloni, al argentino Javier Milei, y el húngaro Viktor Orbán. Trudeau también lo visitó para neutralizar las amenazas arancelarias, pero recibió burlas y humillación pública por parte de Trump. Los tiempos no son para los demócratas liberales, un modelo que parece ir de salida, mientras que los iliberales, autócratas, déspotas o dictadores, parecen la fórmula vigente.

Lo hemos experimentado en México desde 2018, cuando comenzó el colapso del sistema de partidos con la llegada de un populista a la Presidencia, que desde antes de tomar posesión empezó a aniquilar los cimientos de una inmadura democracia liberal, que era deficiente e insuficiente, pero que impedía la centralización del poder y la pérdida de contrapesos y libertades. La mayoría de los mexicanos en las urnas votaron por ese proyecto, que apoyaron desde un principio.

El 4 de marzo de 2019, El Financiero publicó una encuesta sobre la aprobación del presidente Andrés Manuel López Obrador en sus primeros 100 días de su gobierno: 78% lo palomeó. Ayer repitió el ejercicio con la presidenta Claudia Sheinbaum, que tuvo el mismo nivel de aprobación que su antecesor. A López Obrador lo desaprobaba el 17%, a Sheinbaum el 18%. Los datos son los mismos en condiciones completamente distintas, y en ambos casos mostraron mayor respaldo el terminar el primer trimestre de su sexenio que el voto en las urnas.

En otro ensayo en la misma edición de enero del Journal of Democracy, los autores recuerdan el último Grito de López Obrador, donde las últimas frases de la arenga fueron “¡Viva la Cuarta Transformación! ¡Viva México!”, que buscaban que ese movimiento trascendiera su Presidencia, pero “no para sostener los valores democráticos y las instituciones, sino para pervertirlas”. Esa misma noche, agregaron, firmó la reforma constitucional cuyo objetivo fue debilitar al Poder Judicial, con lo cual los tres pilares del Estado quedarían subordinados a él, y 15 días después, a Sheinbaum.

López Obrador, recuerdan, puso en movimiento la demolición gradual de la democracia mexicana, estableciendo su autoridad personal sobre las normas y procedimientos democráticos, soslayando frecuentemente las leyes, ignorando los controles legislativos, debilitando el control civil sobre los militares, atacando los tribunales y los órganos autónomos, violando las leyes electorales y mucho más. Es lo que algunos politólogos llaman “autocratización”, que es el proceso inverso de la democratización. Otros expertos clasifican el régimen imperante en México como “híbrido”, que es un sistema político que no es una democracia, pero tampoco una dictadura. No llega a Cuba, pero se está acercando a Venezuela.

Sheinbaum insiste que México es una democracia y que es muy respetado en el mundo. Ni una, ni otra, en el mundo de las democracias liberales. En el otro, el de los iliberales y los déspotas, sí. La consolidación de la autocracia mexicana cuenta con el respaldo y el mandato de la mayoría electoral, como lo muestra la encuesta de El Financiero publicada ayer. La democracia no es lo que para esa mayoría está en riesgo. De hecho, no les importa.

Esas mayorías quieren las transferencias de dinero sin importarles las libertades, la división de poderes, la violencia y la corrupción, en porcentajes casi idénticos a los que tenía López Obrador, que se montaba en ellos para vanagloriarse de su popularidad. Sheinbaum hace lo mismo y le está funcionando: cuatro de cada 10 mexicanos dicen que su gobierno es mejor de lo que esperaban.

La democracia y lo que significa el sistema ha dejado de ser una opción. Trudeau lo padeció, hundido en la radicalización del electorado y la polarización de la sociedad que no cambiará con su renuncia, como espera, ni será un camino hacia la reconciliación. No lo ve o lo niega, pero la temporada de truenos, para el mundo democrático, será larga.

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