Entender, tener idea clara de las cosas. Respecto a la inseguridad pública, o quizá a estas alturas llamar inseguridad pública a la variedad de violencias que padecemos, sea un eufemismo. Decirle inseguridad pública a la disminución imparable del imperio de la ley (disminución que no es nueva, pero que se ha acelerado los últimos años), a la devaluación cotidiana de la noción de justicia, a la reacción, ya natural, de desentendernos de lo comunitario con el mecanismo, asimismo natural, de desconfiar de las autoridades y de la gente a la que no conocemos; seguir llamándole sólo inseguridad al estado sálvese quien pueda es mera reducción rutinaria cuyo efecto es que suponemos entender y sostengamos que tener una idea clara de las cosas se limita a lo personal y familiar: la claridad que cada cual fabrica para sí mismo a partir de lo que experimenta y de lo que inocula en su imaginario.Ese entender que, como pregonan en los tianguis, “le venimos ofreciendo”, propicia que a pesar de las condiciones de lo que ya es más que inseguridad pública, el desenvolvimiento del país, de Jalisco, no corresponda enteramente con el caos jurídico, político y policiaco al que estamos abismados. Caos que aceleró la miríada de enfrentamientos armados entre ejércitos de criminales y a veces aquéllos con el Ejército convencional. De ese enfrentamiento sobresalen las bajas de civiles, la esclavización, la desaparición forzada de mujeres y hombres; en tanto el resto es víctima de diferentes maneras: al convertirse en “ciudadanos” obligados de un archipiélago de ilegalidades en el que de isla en isla les imponen tributos y miedo, donde, sin que lo noten, quedan segregados. Entendemos esto y el caos es menos porque continuamos con nuestras labores, no como si nada, más bien como si algo hubiera más allá de la corrupción y la maldad, las de los criminales y las de las autoridades que pueden hacer y no hacen; seguimos con las felicidades que tenemos a la mano, con las tristezas cotidianas, con la creatividad y la solidaridad a las que tantas y tantos no renuncian, con la voluntad explícita por mantenerse siendo buenos (el romanticismo es oportuno), con la certeza en que la familia, como sea que esté constituida, y las amigas y los amigos son punto de partida y de llegada.Este entender la gente su situación es cimiento y estructura. Pero al mismo tiempo corroe la posibilidad de un futuro que no dependa del entendimiento que precede a habituarse a lo que sea, a la falta de paz. Entiende que para el gobernante que quiera extraer de raíz la putrefacción no está fácil, así deja implícito que se aclimatará a lo que resulte del deseo honesto, digamos el del gobernador Lemus por “tener completamente pacificado a Teocaltiche” en “mes y medio” (el domingo 27 de abril, la meta que propuso está a 41 días). La aclimatación funciona desde que el miércoles el gobernador declaró su intención: se instaló el sentimiento dual al que obligan las ganas de no pasar por tontos y al mismo tiempo el deseo de creer: escepticismo y esperanza. Porque además fue enfático: el plazo lo pidió para él y quien se comprometió fue él, no usó el plural y su resolución discursiva invoca al sentimiento dual: esperanza en su palabra porque eso de “haremos” no ha funcionado, cuando lo usan es señal prístina de que no harán nada, y escepticismo porque la gente entiende que la intención unipersonal de un gobernador, de un presidente, hace mucho que no se traduce en hechos objetivos para la buena calidad de vida y porque luchar contra el crimen organizado está muy difícil: aquél medra pluralmente dentro y fuera de los gobiernos.Desde la gente se entiende esa dificultad porque puede imaginar a los generales, a los almirantes, a los comandantes de la Guardia Nacional escuchar con incredulidad al gobernador. Porque imagina a los alcaldes, alcaldesas, comisarios y policías municipales menear la cabeza mientras piensan: si supiera qué tan metidos en todo están “los narcos” por estos rumbos. Porque imagina al Fiscal, al Secretario y al Coordinador de Seguridad haciendo cuentas de su estado de fuerza, de su presupuesto y recordando la cantidad de disposición que “los federales” suelen poner en juego para unirse a los objetivos y las estrategias locales. Porque imagina que ninguno de los anteriores se imagina que por pacificación queremos entender que en cuanto erradiquen a los malvivientes (si acaso), los servicios de salud, la educación, la vivienda, los servicios públicos, las condiciones de los espacios públicos y hasta el DIF se materializarán en el municipio para hacer lo suyo, lo que debió ser lo suyo antes de la putrefacción: hacerse parte actuante en el tejido social, como juraron al asumir sus responsabilidades. Y la dificultad asumida por la gente se incrementa si preguntamos: todo lo que ha de hacerse si de pacificar se trata ¿está en las posibilidades financieras de los dos órdenes de gobierno? Porque en las del municipio, no.México tiene dos mil cuatrocientos cincuenta y ocho municipios. Jalisco ciento veinticinco. Para atenderlos a todos, porque el mal está en casi todos, cuánta voluntad no simulada se necesita; cuánta inercia de los responsables de las instancias de seguridad tendría que romperse; cuánta impunidad debe frenarse; cuánto se requiere de dinero y de constancia. Y al cabo, del lado de la gente, cuánto debemos abandonar del entender que los gobiernos no la tienen fácil para comenzar con el entendimiento de que han sido displicentes porque terminamos, al naturalizar el estado de cosas, por dejar de tener una idea clara de las circunstancias reales, lo que casi equivale a justificarlos, a los gobiernos, a costa de los ideales, del bienestar, de la justicia, la libertad y de los derechos de la sociedad y de las personas.agustino20@gmail.com