Domingo, 14 de Diciembre 2025

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Llegó la Navidad

Por: Abel Campirano

Llegó la Navidad

Llegó la Navidad

En este último serial decembrino, abrimos nuestro libro de los recuerdos para reencontrarnos con aquellos tiempos en que esperábamos los niños, con ansias, la llegada del Niño Dios.

Previamente, desde mediados del mes de noviembre, ya teníamos casi lista la cartita; la guía para pedir regalos era, indudablemente, una visita previa a nuestra añorada Colonial de Mexicaltzingo, que ayudó tanto a nuestros papás con su sistema de apartado que permitía ir abonando poco a poco, pero ya los juguetes estaban asegurados.

También en los programas de televisión, como el que pasaban los domingos con Javier López “Chabelo”, teníamos otra información para elegir el mejor regalo y, a nivel local, en el antiguo canal 6 que estaba por la Colonia Independencia, un programa llamado Impactos Juveniles, conducido por el querido Ignacio Cárdenas Gálvez, la voz oficial de aquellos años de XEHK, también nos despertaba el gusto por aquellos juguetes.

Abriendo un pequeño paréntesis, yo siempre pedí la autopista de carros de carreras Plastimarx; había juguetes Ledy y muñecas Lily, y lo más usual, las bicicletas, los patines del diablo, triciclos, los monos de acción, juegos de tiro al blanco con dardos de plástico, pistolas de Roy Rogers y el Llanero Solitario, y los fuertes que incluían monitos que representaban a los soldados, los infaltables indios, los vaqueros, los corrales; en fin, todo lo necesario para la diversión por horas.

La cartita al Niño Dios era la mayoría de las veces extensa y nuestros papás prudentemente nos aclaraban que, como había muchos niños en el mundo, no podría traernos todo lo que pedíamos, además de que dependería en mucho de nuestro comportamiento, así que en esos últimos días del año procurábamos portarnos bien.

Como se los platicaba en la anterior entrega, las posadas empezaban el 16 de diciembre y la última era la del 24, que coincidía con la Misa de Gallo. Una misa vespertina que, tan pronto terminaba, regresábamos a la casa para prepararnos para la cena y, obviamente, la llegada del Niño Dios, que exigía irnos temprano a la cama.

Espiábamos la llegada, pero nos vencía el sueño y el cansancio, y a la mañana siguiente siempre estaban nuestros regalos a un lado de nuestro zapatito que, previamente, la noche anterior, habíamos colocado al pie del nacimiento o del árbol de Navidad.

Los nacimientos los poníamos a principios de diciembre. Mis papás compraban piezas en Tonalá y era también motivo de alegría acompañarlos, porque además comprábamos heno y musgo, el papel piedra, la escarcha, el portalito. Y cuando había que guardarlo, cuidadosamente íbamos envolviendo con el periódico cada una de las piezas para que no se quebrara, aunque lo más bonito era, desde luego, sacar las cajas para empezarlo a poner.

Sin duda recordarán ustedes aquellas series de luces que tenían unos foquitos en forma de estrella, que costaba mucho trabajo manipularlos, y cuando alguno se fundía, había que estarlos probando uno a uno, desde el piloto, lo que era una verdadera penitencia. Peor aún sucedía cuando de repente quedaba uno desbalagado por ahí y, si alguno lo pisaba descalzo, sentía que se le clavaba un puño de aguijones, verdaderamente doloroso.

Mis papás ponían en la puerta de la casa dos farolitos de papel que también compraban en Tonalá; en el patio central colocaban otros farolitos y, cuando apagaban las luces, por la noche era espectacular ver en esa semioscuridad los farolitos encendidos y solo se escuchaba el ruido cantarino de la fuente que estaba en medio del patio.

Se sentaban en los equipales en el corredor, a mirar las estrellas y recibir el fresco de la noche, con interminables conversaciones en el patio, que era el eterno lugar de su reunión, mientras nosotros escuchábamos sus relatos, sus risas y de pronto sus canciones —eran muy entonados—. Sobre todo recuerdo aquella canción que se llama “Un rayito de sol”, con una hermosa letra, de la autoría del inolvidable compositor yucateco Guty Cárdenas: “Un rayito de sol, por la mañana, filtra sus oros en la enredadera, se quiebra en el cristal de tu ventana y matiza tu hermosa cabellera”.

También era costumbre, como decía antes, poner un zapatito al pie del nacimiento o del árbol de Navidad, para que así el Niño Dios nos dejara a cada quien el regalo pedido y no hubiera confusiones de ninguna especie. La figura de San Nicolás, que popularizaran en Estados Unidos con el nombre de Santa Claus, no era tan familiar en nuestros hogares como alguien que nos trajera regalos; más bien, si acaso el Niño Dios no llegaba por alguna razón, la espera se prolongaba para el 6 de enero con la llegada de los Reyes Magos, Melchor, Gaspar y Baltasar, que en cambio tienen sitial predilecto en la Ciudad de México.

En el árbol de Navidad, que en aquel tiempo los más codiciados eran los que venían importados de Canadá, se colocaban las clásicas esferas, la escarcha y las series de luces; eran árboles naturales y se recomendaba mantenerlos siempre hidratados para que perdieran más lentamente su frescura y permanecieran más tiempo verdes, y no se dejaban las series de luces prendidas toda la noche o en el día porque existía el temor de un cortocircuito y el consabido incendio.

Por lo que se refiere a la cena de Navidad, recordarán ustedes a los Pollos Dasero (había una sucursal en Ocampo y López Cotilla) o los Pollos Rizo, que eran la alternativa al pavo, que por un lado era más seco aunque tuviera su gravy y la ensalada navideña y el puré de papa, en tanto que los pollos doraditos, como los veíamos en los anuncios, eran ofrecidos a precios más accesibles y con una carne más jugosa; pero claro, como siempre, en gustos se rompen géneros.

Hay muchísimos recuerdos que ustedes tendrán de las Navidades pasadas y esta página tiene como propósito ser solo la puntita de esa hebra que habrán de desenredar con sus conversaciones a propósito del tema.

Momento oportuno para desearles a todos ustedes que tengan una espléndida Navidad, rodeados de sus seres queridos, y que el Niño Jesús ilumine sus hogares con paz y amor, y que el año próximo sea para ustedes venturoso.

Aquí nos encontraremos nuevamente, si Dios quiere, en dos semanas en EL INFORMADOR, para continuar acompañándome a hojear las páginas de mis recuerdos, siendo para mí un gran honor contar con su lectura. Hasta entonces. Los dejo disfrutar de su cafecito y el consabido bísquet con mantequilla y mermelada. Abríguense bien, hace frío.

lcampirano@yahoo.com

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